“Señores libros, ustedes me han salvado del mundo. El polvo de sus páginas me dio vida“.

En la República Dominicana de los siglos veintidós hasta el cuarenta —bajo las condiciones inclementes de las tormentas producidas por el polvo del Sahara y la extinción de la lluvia— en un ambiente plagado de robots, drones, animales, aves, peces e insectos artificiales, los habitantes de Rancho Arriba, uno de los pocos puntos verdes del planeta, aún siguen cultivando la tierra y criando animales orgánicos.

En estas historias, llenas de matices y cultura caribeña, los dominicanos ––que aprovechan al máximo los últimos recursos de la isla y el planeta–– se convierten en la primera potencia colonizadora del universo.

Bazga es un conjunto de historias de ciencia ficción posapocalíptica, donde los amores siguen siendo truncados por el destino, los misterios más incomprensibles quedan sin resolverse o donde sufrimos con la respiración forzosa y las lágrimas de los colonos que escapan de la Tierra destruida por la avaricia humana hacia planetas desconocidos. Es, además, un llamado desesperado a cuidar nuestro planeta, un espejo donde se refleja nuestro futuro inmediato.

Prueba ahora leer estos tres párrafos de abajo hacia arriba.

Cuando mueran los hombres te llevará a un universo donde el pasado y el futuro se entrelazan en una danza cósmica sin precedentes. Esta novela de ciencia ficción dominicana, teje una red de historias intergalácticas que te cautivarán desde la primera página.

Cada palabra, cada línea, es un portal hacia un universo desconocido que vibra con magia y astucia. Prepárate para un viaje alucinante que desafiará tu imaginación.

Cuando mueran los hombres es lectura obligada para los amantes de la ciencia ficción, la fantasía y la aventura’’.

Milagros González Rodríguez, M.A., Ph.D. (c)

Lo que caía era agua o por lo menos eso creí al principio. No pude resistir la tentación. Cuando el chorro fue suficiente para reunirlo en el puño lo probé. No se parecía a nada que hubiera probado antes. En él estaban patentes los cinco sabores y sin embargo no era una mezcla. Cada uno tenía forma individual. Cuanto deseé andar con un termo o algo que me permitiera conservar parte de aquella sustancia desconocida. Al fin pude ver de donde provenía el ruido y el líquido. Fascinado —sin pensar de donde salía— bebí todo el que pude. Más arriba una especie de túneles pulsadores disparaban caños del líquido con una precisión increíble. La presión era tanta que aunque hacían un recorrido de cerca de trescientos metros —el espacio hueco entre el final de un conducto y el principio del otro— muy pocas chispas saltaban. La lluvia se producía porque al ser miles o quizás millones de estos chorros voladores las partículas se precipitaban en lluvia. Lo más extraño era el cambio de color que experimentaban en el aire. Pensé que era la razón de dicho fenómeno. Probablemente el contacto con el aire produce la mutación. Los que al salir del conducto eran rojos, al entrar en el otro extremo estaban azules y viceversa. Mi guía conocía el camino por donde me llevaba con tanta presión que no dudé que había pasado cientos de veces por allí. Sabía en que momento atravesar cada arteria para no ser derribado por uno chorro o para no impedir que entrara al conducto correspondiente. ¿Qué pasaba sino entraba un chorro? ¿Derrame cerebral? El ruido era estridente, pero no me importó. Estaba ante uno de los milagros de la naturaleza y lo disfrutaría.

Los puntos negros llenaron el rectángulo en blanco hasta completar la cifra descodificada. Emocionado, presionó la tecla enter, y apareció en pantalla el circulito azul, girando a la derecha, como señal de aprobación... Cuando le hice el amor estaba muerta. No, no soy necrófilo, pero verá… es que no dijo una palabra, no soltó un suspiro de placer, una gota de sudor… nada... Vuelves a casa de papá, ese desgraciado que te viola desde los seis años. No sabes por qué, pero algo te empuja a abrirle las piernas. Con él te pasa lo que con ningún hombre, mientras te penetra eres libre... Que no se crea esto no importa. No lo escribí para que se crea, sino por temor a olvidar una sola palabra...

Hay errores en la vida que no se pagan ni con la muerte, y el mío es uno de ellos. Ignoro porqué la maté, creo que ella tampoco lo supo, nunca he sido un tipo agresivo, ni siquiera en el momento del crimen. Me comporté frío, sin nervios, indiferente, como si no hubiera sido yo o como si no estuviera allí. Sé que del todo no fui yo, pues con mi calma y capacidad de razonar no tendría el valor de enfrentarme a la culpa venidera.

En el mes de agosto del año 2000 estuve haciendo un reportaje para la Marina de Guerra Dominicana, y un día, por una de esas casualidades que tiene la vida, me encontraba en el Club de Alistados, y no sé, cómo fue a sentarse en mi mesa un anciano que trabajaba allí como cocinero.
No recuerdo, cómo comenzamos a hablar, ni de qué. Tampoco sabía la causa de que se fijara tanto en mi rostro, mientras hablábamos. Después me contó, con melancolía, que mi sonrisa constante, le había recordado un suceso acontecido en aquel lugar hacía muchos años.
Lo más extraño fue su despedida. “Si viene mañana a este mismo lugar y a esta hora, le contaré una historia, que puede cambiar su carrera como periodista”.
Al otro día estuve allí antes de la hora acordada. No sé qué me impulsó. Creo que todo el mundo sabe, que si hay algo que llama la atención de un periodista, es lo desconocido y misterioso.
A la hora exacta se presentó. Su saludo fue:” Lo que me motivó a contarle esto es el brillo de su sonrisa, así que nunca deje de sonreír. Por eso pensé que usted debe saber que en este lugar, la Base Naval, hace muchos años había un ser humano que jamás sonrió”.
Y comenzó a contarme una historia, tan extraña como fascinante. Me dijo que debía conocer a quien tenía los detalles de la misma. Y que si me interesaba investigarla a fondo me pondría en contacto con el tío del personaje de quien me había contado y a quien él conocía.
Me advirtió que si un día publicaba esto, su nombre debía quedar en el anonimato, ya que la institución nunca se había atrevido a publicarla, y la declaró confidencial, sin dar una razón para ello. “Pero dejemos que sea el pueblo quien juzgue, si tenía o no razón”, agregó.
Una semana después, estaba reunido con el misterioso guardián del secreto, Maximiliano García, quien accedió a que publicara su nombre. “Nada, ni siquiera la tumba asusta a un anciano cuando se ha cansado de la vida”, contestó.
“Pero primero dígame, ¿qué piensa hacer con la memoria de mi sobrino y el apellido de mi familia?”

Le dije que en honor a su sobrino me gustaría que el mundo conociera su historia.
Pareció dudar de mis palabras, y después continuó, “No estoy seguro de que esa haya sido la voluntad de Antonito, así le decíamos; ya verá, cuando conozca la historia, porqué le digo esto”.
Sacó de un bolsillo del saco una copia del manuscrito que custodiaba, y antes de ponerla en mis manos, suspendiéndola en el aire con el codo sobre la mesa, agregó, “solo puede publicar esto o una parte de ello, si no le cambia, ni una sola palabra a lo contado aquí”.

Le prometí que así lo haría, y con la firmeza de una montaña, dejó caer el escrito en mi mano temblorosa.
Años después, cuando me decidí a publicarlo, telefoneé a Maximiliano para invitarlo a la presentación. Me contó, con voz débil, que ya no podía levantarse de la cama, pero que esta noticia era la mano misericordiosa que le cerraba los ojos para la muerte.

No sé cuánto nos tomó acabar La Mejiquita. Al principio saboreábamos cada palabra, pero después de varios miércoles, la historia pasó a un segundo plano. Intenté con Yuri una relación que de antemano sabía fracasada. Por eso al finalizar el libro se acabó todo. Era lógico que al llegar ahí, todos mis personajes desaparecieran, para no condenarlos a algo peor (excepto Vander que, aunque a la distancia, aparece de vez en cuando).
Imagino que Alessa volvió a México, y Yuri a pintar las tardes con sus ojos marrones. Fue difícil dejarlos a todos. Lo pensé por horas. Soy de esas personas que cuando halamos un hilo del pensamiento, no lo cortamos por nada, de lo contrario se nos hace imposible volver a unirlo. Pero estaba resuelto. Inventé mil excusas, como si las necesitaran. Traté de explicarles mi ausencia, y que la idea de perderlos me hacía temblar. De nuevo la vida había borrado los sueños que yo quería vivir. Así que corriéndole a otro fracaso, desistí, y de nuevo caí en la rutina de salir del trabajo y sumergirme en mis libros. El final de un libro es una puerta siempre abierta al paraíso, pero hay que llegar hasta allí para descubrirla. Con este pensamiento duré meses “tirando páginas pa ́ la izquierda, hasta que resignado al fracaso, lo condené a la eternidad de mi nuevo cielo.

Play
Muerte, dijo el Programa Creador. La sentencia llegó a través del altavoz. Al anuncio lo siguió la alarma. Debíamos dejar el planeta. Era la 5ta fase de 099.
El eje principal estaba desgastado y según el informe a la Fosforescencia Mayor le quedaban pocas horas de vida. 099 llevaba tres estaciones de órbita. Probablemente era el último vertedero al que el Programa Creador nos conducía. Todo el sistema estaba corrompido. Los pocos circuitos que quedaban para transitar se interrumpían en el lugar menos esperado. ¿Cuántos mundos existían dentro del juego? Nadie podía saberlo.

Visiones tecnológicas: literatura popular dominicana renovada con IA, es una antología revolucionaria que fusiona la tradición literaria dominicana con los avances de la inteligencia artificial. Este libro es el proyecto final del Máster el Diseño Editorial y Publicaciones Digitales de la Escuela Superior de Diseño de Barcelona, donde el autor colaboró en estrecha armonía con la inteligencia artificial para dar vida a mundos y personajes que nunca antes habían sido explorados en el ambiente literario dominicano.

Cada relato, poema, receta y aforismo que encontrarás aquí es el resultado de una colaboración única entre la mente humana y la inteligencia artificial.

Las imágenes que acompañan las historias también son el fruto de la creatividad algorítmica, creando una complicidad entre palabras, imágenes y autor que te sumergirá en un viaje inolvidable.

Visiones tecnológicas desafía las fronteras de lo posible y redefine lo que es concebible en el mundo de la escritura y las máquinas. Prepárate para embarcarte en una aventura única, un festín literario que te cautivará desde la primera página.

Si no hablo se pierde este cuento- Y sería lamentable- Sé que muchos no lo creerán por mi intervención_ lo que pasa es que nadie más vio su desenlace- Ni siquiera sé porqué decidí romper mi silencio- ¿Por qué hablarle a ..... cuando no lo había hecho a nadie más? Quizás por su mente sin fronteras-..... no me autorizó a teorizar- Odia los principios largos_ pero debo ser justa_ sobre todo si mi juicio significará un antes y un después- Por eso_ cuando lo vi trabajar tanto en una historia que me pareció genial_ le pedí que me dejara ayudarle en la última parte- No soy narradora como .....

Un corazón compartido no es de nadie. Y mucho menos fraccionado en cien. Ya que uno entre cien es cero punto cero uno, una cantidad ínfima para algo significativo. Aunque en honor a la verdad no estoy seguro de este enunciado, pero me importa un carajo, igual que las matemáticas. Tal vez lo hago por distracción, pues no siempre las distracciones son malas. Si con ellas no se abusa de la paciencia. Bueno, como sea, lo que trato de decir es que desde aquel instante odio las mujeres. Que siento por ellas repulsión. Un aborrecimiento producto del exceso, más que de la naturaleza. Sí, pues no puedo explicar cómo llegue a odiarse lo que por tantos años ha sido el motivo de la vida. Pero antes de que se vayan por la tangente entiendan que esta fobia no incumbe a mi madre ni a las amigas, me refiero a la mujer como símbolo sexual, y mucho menos es que me haya vuelto maricón. No señor, para nada, primero habría que matarme antes de tocar con lascivia la carne de un hombre. Pero ya no es lo mismo.

Mi amor está lejos

Mi amor está lejos
distante como México.
Sembrado en la tierra donde no crece el ruido.
Por eso es puro
delgado
como la línea que divide la genialidad de la locura.

Mi amor me quiere tanto que preña WhatsApp
y Facebook con emoticones.
Por rato me pierdo en el cabello que se escapa de sus fotos,
admiro sus ojos negros
o el contraste que hacen con su piel delgada,
carente de melanina.
Sus labios son finos
como su risa.
Encantan sin que te toquen
sin decir palabras.

Mi amor ama a la distancia las formas perfecta.
Me tributa besos de circuitos
(saliva informática)…
desintegra el alma en el teclado.

Mi amor es un orgasmo de palabras,
una idea que existe sin prejuicios.
Mi amor vive lejos por un motivo,
después será tan mío
que me consumirá con las llamas de sus ojos.

Entonces habrá desaparecido la era digital
y los estados de felicidad
y esas emes prolongadas hasta el infinito (mmmmmmmmmmmmmmmmmmmm)
—representando cosas inexistentes—
mutarán en besos de agua.

No se precisará más…
de aquella pasión volarán dos ángeles desnudos
condenados al inmortal suicidio de la felicidad.

Anoche ya sabíamos donde estaba la cuidad. Estábamos gozosos. Dispusimos el campamento lo mejor posible. Comimos como no lo habíamos hecho desde que salimos. Preparamos las armas. Al otro día la tomaríamos por sorpresa al amanecer, cuando nadie nos esperara. Encontraríamos a la mayoría de estos seres inofensivos, durmiendo. La orden para el asalto eran tres tiros seguidos de una frase que todos conocían. Levantamos el campamento a las 3:00 de la madrugada. A las 4:00 ya estábamos listos para el ataque. Se escuchaban los gallos cantar. Las vacas y otros animales balar, pero no se oían voces. Como lo imaginamos, todos dormían. Era el momento oportuno.

Estos son mis libros que todavía permito que se lean. Hay otros cuyos fantasmas ya no deambulan